Entre espinas y cielo azul
Luís Rico 3 de Febrero 2013
1967. Conocí a Violeta Parra cuando volví a La Paz una noche de Peña Naira en
que estaban anunciados Los Jairas, conjunto musical compuesto por Ernesto
Cavour, pícaro y talentoso vecino de Ch´ijini, Yayo Jofré que “aferrado” a su
instrumento, con timbrada voz
inmortalizaba el yaraví de Juan Walparrimachi poeta indio hijo de Juana
Azurduy, Julio Godoy eximio guitarrista dispuesto a amistades verdaderas, El
Gringo Fávre (Fravré) talentoso flautista que después de encantar a los
chilenos, vino (o escapó) a Bolivia embrujado por la quena, y Alfredo Domínguez, nuestro arquero tupiceño
que por consejo de Liber Forti debía que
dejar la pelota de fútbol y dedicarse plenamente a tocar su guitarra.
Mientras “Los Choclos”, un conjunto musical de sicuris
compuesto por seres humanos de eterna vocación de servicio como son los
lustrabotas calentaba al público, los parroquianos que no pudimos caber en el
recinto, conversábamos en el patio enterándonos de la novedad artística, ideal
para la “comidilla”: La presencia de una talentosa mujer que imponía su
personalidad tocando la guitarra y cantando canciones interesantes que conmovían
el corazón, pero que adolecía de una “falta de bonitéz aguda”.
El vino y la ph´asankalla abonaban el terreno para entender
el tiempo que vivía Bolivia:
La dictadura del General René Barrientos O.
La presencia del Che que después de pasear en El Prado,
almorzar en el restaurante Ely´s desaparece rumbo a la Higuera donde es capturado
por Gary Prado Salmón, es asesinado por orden superior y vuelve a nacer.
Una tarde, cuando Rudy Hendrich, animador-presentador de la
Peña Naira es convocado al “nidito de amor”
un cuartucho donde dormía, peleaba y se amaba la pareja, Violeta le expone la
nueva canción recién compuesta: “Gracias a la vida”. Los bolivianos fuimos los
primeros en entender la profundidad de esta canción cuando el cuartucho tenía
la atmósfera pulcra de cualquier ciudad suiza y las telas, lienzos, hojas
escritas por una mujer que hacía el esfuerzo de mostrarle su alma al mundo
adverso de un compañero buscador de aventuras que escapaba del acoso de una
mujer y que tenía la belleza en las entrañas.
1976. Tuve la oportunidad estar con Gilbert Favre en Ginebra
Suiza, en 1983 con Isabel Parra y cantar en el concierto latinoamericano en el
Lago Tiscapa de Nicaragua, en 1986 compartir un concierto en Zurich con Ángel
Parra confirmando que los chilenos
tienen en Violeta Parra, una bandera de dignidad y cultura.
Convocado por Oscar Marín, ser humano que tiene un cordón
umbilical que termina bifurcado en Chiche y Bolivia, el pasado año 2012 y por
tercera vez, estuve en Dydney Australia allá trabajamos esta canción que
hoy y en homenaje a Violeta Parra
ofrecemos a quienes creen que la música es el instrumento para hermanar a los
seres humanos de este planeta.
Autores: Oscar Marín (Chile)
y Luís Rico (Bolivia)
En los jardines de la
América del sur
Abriendo surcos con su voz nació una flor
Una violeta que entre espina y cielo azul
Cubrió la tierra con sus pétalos de amor.
A su raíz profundamente se aferró
Brotaron versos perfumados de emoción
Hermosos versos que en su viola los sembró
Y florecieron convertidos en canción.
Canción de vida, de sonrisas y de llanto
Cantada al ritmo que palpita el corazón
Canción profunda para todo ser humano
Fuera el aliento, el sentido y la razón.
Canción de alivio que le abraza en cuerpo y alma
Al que padece una pena, un dolor
Canción que hila, borda y pinta la esperanza
Canción que busca la justicia con valor.
Gracias a la vida, que nos dio tu canto.